martes, 2 de diciembre de 2008

La amiga desvanecida (ó Gertrudis La Quebrada)

Sin Reinita Victoria, la vida de Gertrudis Pacheco se había tornado silenciosa, casi un año de que fuese  amputada tal arteria de su corazón. Cuando Reinita falleció, provocó en Gertrudis una explosión de tal tamaño, que el hongo provocado por ésta, se veía desde la tierra donde venden las pelucas de Geisha. La Gertru quedó tirada sobre la pista de baile (como la viejita de Studio 54), oyendo aún los tacones de Reinita al ritmo del danzón.


No más esa piel morena perfecta al rasurar. La comadre adelantada. Gertrudis se ha quedado muda de recuerdos, de olores y sabores, se ha quedado pasmada al saber que jamás encontrara a Reina Victoria, montada en su yegua color verde escuchando tango a todo volumen, estacionada en la esquina de la casa cada viernes. Se ha quedado pálida al saber que nunca la volverá a ver, no hay otra vida; y así, todo lo que Gertrudis ama y conoce, se desvanecerá algún día, como se desvanecen y dejan de existir los colores cuando se hace de noche.


Eso es lo que duele, escuchar como Reinita Victoria va quedando desvanecida, hasta quedar convertida en polvo, por que polvo somos y en polvo nos convertiremos, por que polvo fuimos en un comienzo, cuando las estrellas se impactaron y se inventó La Vida.


¿Qué para dónde se fue Reinita?, Gertrudis está convencida de que ni al cielo ni al infierno, ambos conceptos heredados de nuestros más primitivos ancestros; Reinita salió disparada hacía el espacio, con la única finalidad de hacer posible el movimiento de rotación de la Tierra, dejando sobre la superficie, una ausencia que no se ocupara con nada ni con nadie.


Las ausencias duelen, por eso, cada que Gertrudis tiene un orgasmo llora, llora por los orgasmos que le faltaron a Reinita; por cada beso cálido que recibe en los labios, por cada canción nueva, por cada sabor digerido, por cada sonido descubierto. A cada paso Gertrudis llora, por el mundo que ya no verá Reinita Victoria, y al mismo tiempo, por el mundo que tampoco verá ella; la muerte es inevitable, como inevitable es quedarse sin colores al apagar la luz al final del día.


El esclavo-patético-escriba (Cronista de una vida moribunda)