lunes, 5 de enero de 2009

Con H de Hedonista. (o Gertrudis La Rasta Falsa)

“El único cuidado que requieren, es que Ud. no se bañe. Ellas le enseñarán a ver las cosas con otros ojos, le enseñarán cosas nuevas de la vida”, y así fue. Gertrudis Pacheco no tenía idea de que tan ciertas serían las palabras del hippie oaxaqueño que le hacía rastas a la larga cabellera de Gertru. “Seguro es mercadotecnia del corazón”, pensó ella en su pacheca.


Gertrudis fue camarógrafa y reportera de aquel suceso en la playa, al más puro estilo Discovery Chanel. Una criaturita en su soberbia se separó de la manada, se acercó al manglar a escuchar música en su I Pod. La bestia ya rondaba y rápido del cuello le agarro, le golpeó y le asaltó. El resto de la manada se hizo pendeja, un tanto del susto y un tanto por no ser atrapadas también ellas, pues escondidos en el manglar, estaba el resto de perros locales y rabiosos, aprovechándose de la Gran Migración que realizan las criaturitas tiernitas cada fin de año.


El hippie ha muerto. Tuvo que ponerse rastas Gertrudis para entenderlo. Es un mero pretexto para hacer nada y emborracharse mucho. El mero goce de vivir la vida, ya no existía. Ahora era el goce por el goce, el placer por el placer, un hedonismo tropical. Gertrudis durmió y bebió, en el paraíso de lo permitido, donde igual se escuchaban las olas del mar, las angustias de los locos y los gemidos en japonés de un coito playero. Donde lo único que importaba era la satisfacción del placer personal, quizás por eso la mayoría sólo veía y no fornicaba, por que no estaba dispuesta a bajarse los calzones para satisfacer el placer de nadie más. Los japonesas son otro rollo.


Y cada rasta se volvía culebra, y Gertrudis quedaba convertida en una Medusa queriéndose desgreñar. El día del desengaño, Gertru sintió la misma desesperanza que siente un buen cristiano el día que descubre que su Dios no existe. Y como las culebras que se quitan la piel vieja, Gertrudis guarda en un cajoncito sus bolitas para sus trenzas y su cepillo de madera con cerdas naturales; pensó ofrecerle sus trenzas a la Virgen, pero ahora le ofrecerá sus rastas a la Diosa; pronta cómo gelatina de sabor, Gertrudis se hizo de una nueva religión, donde por cada rasta ofrecida a su nueva Creencia, se recibía una bendición, se aligeraba una pena, se encontraba con el amor, se olvidaba un viejo rencor.


Amén.

 

¡A bañar se ha dicho!


El esclavo-patético-escriba (Cronista de una vida hippie)